La
parábola que nos presenta la lectura de hoy es muy importante porque la recogen
los tres evangelistas. Lástima que el texto de hoy no incluya también la reacción de los sumos sacerdotes y los
ancianos al oír a Jesús: “comprendieron
que se referían a ellos y quisieron prenderlo” (Mateo 21, 45).
Nos invita a tomar conciencia de los muchos dones recibidos y a responder con coherencia. Nos ayuda a vernos
como esa viña de la parábola, a la que el Señor cuida con ternura. A cada uno
de nosotros y de nosotras Dios nos planta en tierra dándonos posibilidades de
crecer, nos rodea de cuidados y nos protege; abre en lo más profundo de nuestro
corazón el lagar, el lugar en que los frutos se convierten en el mejor vino,
separando la hojarasca y todo lo que no sirve… Y nos deja libres para usar sus
dones, para construir su proyecto. ¿Qué podemos responderle cada vez que “viene
a visitarnos”? ¿Hemos descubierto en
Jesús, la piedra, el soporte firme sobre el que edificar nuestra vida y la vida
de la comunidad?
Mateo
21, 33-43
En
aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los fariseos: «Escuchad
otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una
cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos
labradores y se marchó de viaje.
El texto hace alusión a
la alegoría de la viña estéril que
encontramos en Isaías 5, 1-7 que,
sin duda, era muy conocida en tiempos de Jesús. Recordamos algunos versículos: “Mi amigo tenía una viña, la cavó, quitó las
piedras, plantó cepas selectas y en medio de ella construyó una torre y excavó
un lagar; esperaba que produciría uvas pero produjo agrazones… Os diré qué voy
a hacer con mi viña: le quitaré el seto y se hará pasto, derribaré la tapia y
será pisoteada. Haré de ella un desierto… Sí, la viña del Señor es el pueblo de
Israel…”
Israel estaba lleno de
viñedos, el vino era de uso común y suponía una riqueza en un pueblo en el que
los manantiales muchas veces estaban secos o cegados. Cualquier alusión a la
viña era muy sugerente para los oyentes. La mayor parte había tenido
experiencia de lo que suponía cultivar con cuidado una viña o una parra y que
luego diera agrazones, que son pequeñas uvas silvestres que nunca maduran. No
se pueden comer ni sirven para hacer vino. Además, el pueblo estaba
acostumbrado a identificarse como “la viña del Señor”. Pero la parábola se
refiere también a los viñadores y centra en ellos su enseñanza.
Llegado
el tiempo de la vendimia, envió a sus criados a los labradores, para percibir
los frutos que le correspondían.
Era habitual que los
ricos propietarios que tenían grandes extensiones de terreno se las arrendaran a otras personas que las
trabajaban y le pagaban impuestos o una parte de los frutos que recolectaban.
Pero
los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a
otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e
hicieron con ellos lo mismo.
Como hemos visto en
otros textos, Jesús cargaba de
dramatismo muchos relatos. Que unos criados fueran a cobrar lo que le
correspondía a su señor era habitual. Que mataran a los criados debía
desconcertar a los oyentes. Y más todavía si la acción se repetía dos veces.
Por
último les mandó a su hijo, diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo."
Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: "Éste es el heredero,
venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia." Y, agarrándolo, lo
empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la
viña, ¿qué hará con aquellos labradores?»
Le
contestaron: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a
otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.»
Evidentemente no podían
dar otra respuesta. Los hijos eran el máximo valor de una familia y en tiempos
de Jesús la ley del Talión estaba
vigente en muchos lugares: Ojo por ojo y diente por diente. La parábola podía
haber acabado así, pero cuando se refiere a arrendar la viña a otros viñadores
las primeras comunidades podían entender mejor la dimensión universal del evangelio.
Y
Jesús les dice: « ¿No habéis leído nunca en la Escritura: "La piedra que
desecharon los arquitectos es ahora la piedra
angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente?" »
Se carga de dramatismo
el texto para preparar la moraleja. Jesús les remite a la Escritura,
concretamente cita el salmo 118, 22-23. Era un salmo conocido por todo el
pueblo porque se cantaba en la fiesta de
los Tabernáculos, que era una de tres grandes fiestas del judaísmo. En
Levítico 23, 33-44 y en Deuteronomio 16, 13-17 encontramos las normas relativas
a la celebración de esta fiesta. Duraba siete días la
gente vivía bajo una especie de tiendas de campaña construidas con ramas, en la
ciudad y en los campos. Así recordaban que sus antepasados habían vivido en
tiendas similares antes de entrar en la Tierra Prometida y habían experimentado
la ayuda continua de Dios. El pueblo debía acudir al Templo cada día, salvo
enfermedad o imposibilidad, donde se ofrecían animales en holocausto y se daba
gracias por la cosecha, porque la fiesta se celebraba entre los meses de
septiembre y octubre.
Preguntar a los sumos
sacerdotes y a los fariseos si no habían leído ese texto en la Escritura,
sabiendo que cada año cantaban este texto y tenían fama de conocer muy bien la
Escritura podría parecer algo muy impertinente. Sobre todo cuando la pregunta
la hacía Jesús, que era un varón judío que no tenía ni esposa, ni hijos, ni
tierras, ni un domicilio fijo (signos de la bendición de Yahvé).
La
piedra angular era muy importante en la construcción
de las casas, por pequeñas que fuesen, porque era la primera base que se ponía
en los cimientos y en referencia a ella se colocaba toda la estructura. Otras
veces se colocaba una piedra enorme en una esquina de la casa de manera que
reforzara dos muros. Remover o colocar mal esta piedra suponía que la casa
podía venirse abajo.
Hay
otras cinco alusiones a la piedra angular en el N.T.: Marcos 12,10; Lucas 20,
17; Hechos 4, 11; Efesios 2, 20 y 1ª Pedro 2, 7.
Por
eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo
que produzca sus frutos.»
Es una frase muy dura,
teniendo en cuenta a las personas a las que se dirige. Nos abre el horizonte
leerla en relación con el texto de Juan 15, 1-2: “Yo soy la vid verdadera y mi padre es el viñador. Todo sarmiento que
en mí no da fruto lo corta, y todo el que da fruto lo poda para que dé más
fruto”. “Permaneced en mí, como yo en
vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no
permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la
vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho
fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada” (Juan 15, 4-5)
PARA REFLEXIONAR:
1. Personalmente
ü
Con un poco de esfuerzo quizá podemos “visualizarnos” como esa viña del
Señor. ¿Qué ha hecho en nosotros, que nos ha dado para poder dar frutos? ¿Qué
frutos espera el Señor de nosotros?
ü
También nuestra familia, nuestra fraternidad, nuestro grupo de formación, es “viña del Señor”, ¿qué cuidados de Dios
experimentamos en él? ¿qué frutos tratamos de dar?
2. En la familia, fraternidad...
ü Después
de leer el texto y sus comentarios podemos dialogar sobre lo que más nos ha
sorprendido, lo que no entendemos, lo que más nos ha gustado…
ü Descubriendo
las imágenes y su relación con nuestra familia. Nuestra familia es “la viña del
Señor”:
- ¿Qué ha plantado en ella? Lo nombramos.
- ¿En qué situaciones de peligro o
difíciles nos ha “rodeado de una cerca”, nos ha defendido?
- ¿Cuál es el lagar de nuestra familia, el
espacio donde se da el mejor vino?
ü Terminamos
rezando juntos:
Señor
Dios, Padre nuestro:
Tú nos preguntas hoy:
¿Qué más hubiera podido hacer por ti?
Enséñanos y ayúdanos a responder con todo nuestro ser
a tu perdón y paciencia de cada día,
a las riquezas de vida que nos trajo Jesús,
a las inspiraciones del Espíritu Santo,
para que seamos un pueblo, una familia, que dé frutos eternos.
Danos la gracia de reconocer y valorar los dones que nos has dado,
de
servir con ellos a los demás con obras de justicia animadas por el amor,
de aprender a compartir como tú lo haces con nosotros.
Muéstranos tu misericordia
por medio de Jesucristo nuestro Señor.
Amén
El salmo 118 es largo, pero se podría resumir, creo yo, en las dos primeras frases:
ResponderEliminar"Dichosos aquellos cuya senda es limpia,
que caminan en la ley del Señor"
¿Qué nos ha dado para dar frutos? la Fe y su amor .
¿Qué nos ha dado para trabajar su viña? Las mejores herramientas : su ley y la oración.
¿Seremos tan desagradecidos como para matar su palabra con nuestros egoísmos? Él, al igual que el propietario de la viña, nos entregó a su hijo; seremos tan traidores a su amor como para matar una y otra vez a su divino hijo con nuestros pecados, nuestra falta de amor?
En la fraternidad, hemos de tener siempre presente el agradecimiento al Señor, siempre, porque cada día nos obsequia con un nuevo amanecer, con ese hermano Sol de nuestro Santo fundador, y compartir esa calidez del amor divino que, siempre está ahí, y en los malos momentos emite un destello que nos dice: "Yo sigo aquí; si yo te amo, y, ¡te amo! , nada podrá dañarte" hemos de compartir siempre eso con las hermanas/os para ayudarnos unas a otras a ser buenas viñadoras, y siempre agradecidas a nuestro Señor. Y sin enrollarme...es un tema estupendo para tratar en una reunión....;)