Hablar de familia es algo entrañable
para todos, es evocar recuerdos, gestos de cariño, palabras de vida, sonrisas o
lágrimas, gozo o sufrimiento. En menor grado recopilación de datos, de hechos o
de fechas. En esta es la clave va este pequeño escrito.
La historia de nuestra familia se inicia con
un nombre, el de una niña que nació, el 13 de enero de 1827 en un pueblo
pequeño de Barcelona, Corró de Vall, (hoy
perteneciente a Granollers) hija de Lorenzo
y Magdalena, campesinos y hosteleros, gente sencilla y cristiana, que
bautizaron a su tercera hija como María
Ana Mogas Fontcuberta.
Un hecho sencillo, que fue el inicio de
una larga historia de amor, servicio y compromiso con Dios y con los hermanos, que
llega hasta hoy. Algo semejante a la vida de cada uno de nosotros y a nuestra
historia.
Porque
este es el estilo de Dios en sus grandes cosas, que se muestra también en la trayectoria de esta mujer. Huérfana desde los
catorce años, tiene que dejar su pueblo y su casa, siendo acogida y educada por
su madrina en Barcelona, en un ambiente culto y refinado. Allí sigue creciendo
en la fe transmitida por sus padres, que se va arraigando, y desarrollando en
su nueva parroquia Santa María del Mar, donde descubre desde muy joven, a los
pobres y necesitados. Su corazón de educadora la lleva a sufrir en carne propia
el abandono de las niñas sin escolarizar y el de tantas mujeres jóvenes que
trabajan en condiciones muy desfavorables. Y movida siempre por el amor a Dios
y a los hermanos, ve en la educación de
niñas y jóvenes, en la promoción de la mujer y la apertura a socorrer cualquier
necesidad y dolencia, la forma concreta de plasmar, con estilo franciscano,
el “Seguimiento de Jesús”
Apoyada solo en la fuerza que recibe de
Dios, lo que llamamos “el carisma” emprende esta misión, uniéndose a otras dos
hermanas exclaustradas en la escuela de Ripoll (1850). Aunque las dificultades
son muchas desde el principio, por el ambiente social y por la terrible pobreza
de medios en la que siempre se mueve, sus muchas cualidades, su tesón, su
confianza en Dios y ese amor sincero y comprometido hasta el sacrificio por los
más pobres, la hacen seguir adelante sorteando las dificultades.
Los testimonios de las personas que convivieron
con ella, nos la muestran siempre como una mujer centrada en el amor de Dios.
Desde ese amor en el que se sentía sostenida y enviada, su personalidad fuerte
se expresa en la entrega y cariño a los demás sin excepciones. Siempre con
gestos concretos y cercanos de comprensión, de escucha, de perdón, de servicio,
hasta de ayuda material cuando ellas carecían de todo. Llama la atención a sus primeros biógrafos su
equilibrio, serenidad y alegría, sustentadas en la confianza “en la providencia de Dios que no abandona a
sus hijas”
Así vivió y ese fue el estilo
de vida que alentó y animó en sus hermanas, como madre y fundadora. Pero no
solo en ellas ni en las niñas a las que educaba. Su estilo y santidad era
contagioso, en unos años en que ser religiosa era “un peligro” y escuchar
insultos por la calle algo “normal”, ella sonríe y habla con los que se
encuentra, los invitaba a acordarse de Dios, se interesa por sus necesidades.
(Continuará...)
Mª Guadalupe Labrador Encinas
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