Hace tiempo, en un cursillo de cristiandad, me contaron esta historia. La he encontrado en internet y quiero compartirla con todos. Espero que os ayude a pensar, como lo hizo conmigo, y que os dé esperanzas.
El pescador solitario era un
auténtico hombre de Dios. Había escogido su camino por vocación. Su vida de
soledad y de silencio era deseada. Buscaba con sinceridad a Dios. El mar, la
arena, la barca, el cielo, la pesca.... todo le hablaba de Dios y le servía
para comunicarse con El. Un día tuvo la audacia de pedir al Señor un signo
claro y evidente de su presencia y de su compañía constante:
"Señor, hazme ver que tu
siempre estás conmigo". Y mientras hacía esta oración tenía una gran paz
en su alma. Caminaba con paso sereno a la orilla del mar. Cuando llegó a las
rocas que cerraban la playa, y reemprendía el camino que le conducía nuevamente
a su casa, observó con asombro que junto a las huellas de sus pies descalzos
había otras cercanas y visibles.
"Mira, -le dijo el Señor-, ahí tienes la prueba de que camino a tu lado. Esas pisadas tan cercanas a las tuyas son las huellas de mis pies. Tu no me has visto, pero yo caminaba a tu lado."
La alegría que tuvo fue inmensa. Desbordaba de gozo. El Señor le había dado la prueba esperada y deseada. La respuesta de Dios a su plegaria sobrepasaba lo que hubiera podido soñar. A partir de este "signo" sorprendente de Dios, la oración del pescador solitario adquirió aires nuevos. La gratitud no tenía límites en su alma. El gozo de la alabanza era el pan de cada día. Empezó a pedir y a interceder por todos los hombres con una confianza nueva.
Pero no siempre fue así. Días de tormenta y de frío nublaron el horizonte. El cansancio de los duros días de trabajo se hizo notar. Los días de labor infructuosa llenaron su corazón de desánimo. Eran los tiempos de la prueba. Caminaba taciturno por la playa. Al llegar a las rocas volvió sobre sus pasos y observó que, esta vez en la arena, sólo había la huella de los pies descalzos. Aquel día su oración fue de protesta: "Señor, has caminado conmigo cuando estaba alegre y sereno, y me lo hiciste ver. Ahora que estoy con el alma por tierra, ahora que el desánimo y el cansancio hacen mella en mi vida... me has dejado solo. ¿Por qué Señor? ¿Dónde estás ahora?"
"Mira, -le dijo el Señor-, ahí tienes la prueba de que camino a tu lado. Esas pisadas tan cercanas a las tuyas son las huellas de mis pies. Tu no me has visto, pero yo caminaba a tu lado."
La alegría que tuvo fue inmensa. Desbordaba de gozo. El Señor le había dado la prueba esperada y deseada. La respuesta de Dios a su plegaria sobrepasaba lo que hubiera podido soñar. A partir de este "signo" sorprendente de Dios, la oración del pescador solitario adquirió aires nuevos. La gratitud no tenía límites en su alma. El gozo de la alabanza era el pan de cada día. Empezó a pedir y a interceder por todos los hombres con una confianza nueva.
Pero no siempre fue así. Días de tormenta y de frío nublaron el horizonte. El cansancio de los duros días de trabajo se hizo notar. Los días de labor infructuosa llenaron su corazón de desánimo. Eran los tiempos de la prueba. Caminaba taciturno por la playa. Al llegar a las rocas volvió sobre sus pasos y observó que, esta vez en la arena, sólo había la huella de los pies descalzos. Aquel día su oración fue de protesta: "Señor, has caminado conmigo cuando estaba alegre y sereno, y me lo hiciste ver. Ahora que estoy con el alma por tierra, ahora que el desánimo y el cansancio hacen mella en mi vida... me has dejado solo. ¿Por qué Señor? ¿Dónde estás ahora?"
La voz del Señor no se hizo esperar:
"Mira amigo... cuando estabas bien, cuando la calma y la serenidad
inundaban tu alma, yo caminaba a tu lado. Pudiste ver mis huellas en la arena...
ahora que estas mal, cansado y abatido, ya no camino a tu lado porque he
preferido llevarte en mis brazos. Las pisadas que ves en la arena no son las
tuyas, son las mías, son profundas y claras.... marcadas por el peso de tu
propio cansancio..."
“O pescador solitário era mesmo um homem de Deus. Tinha
escolhido o seu caminho por vocação. A sua vida de solidão e silêncio era
desejada. Procurava com sinceridade a Deus. O mar, a areia, a barca, o céu, a pesca...tudo lhe
falava de Deus e servia-lhe para comunicar-se com Ele. Um día teve a audácia de
pedir ao Senhor um sinal claro e evidente da sua presença e da sua constante
companhia:
‘Senhor, faz-me ver que sempre estás comigo’. E
mentres fazía esta oração tinha uma grande paz na sua alma. Caminhava com passo
sereno à beira do mar. Quando chegou às rochas que fechavam a praia, e recomeçava
o caminho que o levava novamente à sua casa, viu com espanto que ao lado das pegadas
dos seus pés nus havía outras próximas e visíveis.
‘Olha, -disse-lhe o Senhor-, aí tens a prova de que
caminho ao teu lado. Essas pegadas tão próximas às túas são as pegadas dos meus
pés. Tu não me viste, mas eu caminhava à tua beira’.
A alegria que teve foi imensa. Desbordava de gozo.
O Senhor tínha-lhe dado a prova esperada e desejada. A resposta de Deus à sua
petição ultrapassava o que tería sonhado. A partires deste ‘signo’ surpreendente
de Deus, a oração do pescador solitário adquiriu novas forças. A gratidão não tinha
limites na sua alma. O gozo do louvor era o pão de cada dia. Começou a pedir e
inteceder por todos os homens com uma confiança nova.
Mas nem sempre foi assim. Dias de trovoada e frio
obscureceram o horizonte. O cansaço dos duros dias de trabalho fez-se presente.
Os días de trabalho mal sucedido encheram o seu coração de desalento. Eram os
tempos da prova. Caminhava tristonho pela praia. Ao chegar às rochas voltou sobre
os seus passos e viu que, desta vez, na areia só estavam as pegadas dos pés
descalços. Aquele dia a sua oração foi de protesto: ‘Senhor, caminhaste comigo
quando estava alegre e sereno, e fizeste-mo ver. Agora que estou com a alma no
chão, agora que o desânimo e o cansaço calam na minha vida...deixaste-me só.
Por que Senhor? Onde estás agora?’
A voz do Senhor não se fez esperar: ‘Olha
amigo...quando estavas bem, quando a calma e a serenidade inundavam a tua alma,
eu caminhava ao teu lado. Pudes-te ver as minhas pegadas na areia...agora que
estás mal, cansado e abatido, ja não caminho a teu lado porque preferi levarte
nos meus braços. As pegadas que vês na areia não são as túas, são as minhas. São
profundas e claras...marcadas pelo peso do teu próprio cansaço...’
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