Sin embargo, podemos escucharlo y acogerlo, dentro
del tiempo de cuaresma, fijándonos en otros aspectos. Uno puede ser, como nos
sugiere el dibujo, pararnos a pensar en ese afán de comprar, vender, contar y
asegurarlo todo. Dios es gratuito y lo suyo es “regalarnos” lo que necesitamos,
por eso hablamos siempre de sus dones. ¿Por qué no aprovechar esta cuaresma
para cortar esa dinámica en nuestra vida?
Otro, mirando al templo del que nos habla el
evangelio, preguntarnos ¿Qué estamos haciendo con los templos? ¿Son ellos lugar
de silencio, casa de oración?
Juan 2, 13 - 25
Se acercaba la
Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.
Muchos salmos
reflejan la alegría del pueblo cuando iba en peregrinación al templo, una vez
al año, desde todos los confines de Israel. Iban a celebrar la Pascua, es
decir, a recordar y revivir la experiencia de liberación que habían tenido
siglos antes y a dar gracias a Dios. Podemos recordar esta experiencia en Éxodo
12 y 13.
Y encontró en
el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas
sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas
y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a
los que vendían palomas les dijo:
No debemos leer
este texto como un hecho aislado en la vida de Jesús, sino en relación con
muchas otras intervenciones y enseñanzas sobre el templo que encontramos en los
cuatro evangelios. Vamos a recordar algunas.
San Lucas nos
dice que Jesús por el día enseñaba en el templo y salía a pasar la noche en
el monte de los olivos (Lucas 21,37). También se fijó en la viejecita que
echaba una limosna que para ella suponía todo su sustento. A la mujer
samaritana le dijo que había llegado la hora de que no adoraran al Padre ni en
el monte ni en el templo, sino en espíritu y en verdad.
- Quitad esto
de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.
Tenía que causar
una impresión muy desagradable ver que el templo, lleno de belleza y esplendor,
se había
convertido en algo similar a un mercado. Se vendían ovejas y bueyes
para ofrecer en sacrificio y quemarlos sobre el altar. Creían que el humo que
se elevaba hacia el cielo le agradaba a Dios. Vendían palomas y tórtolas para
las personas más pobres, como recoge el texto de la presentación de Jesús en el
templo (Lucas 2, 22-24).
También había
muchas mesas con balanzas, en las que se cambiaba el dinero que llevaba la
gente. Para echar limosna dentro del templo o para pagar las ofrendas (por
ejemplo al nacer el primer hijo) sólo se podían utilizar las monedas que daban
los cambistas, monedas especiales que sólo circulaban dentro del templo y no
tenían el rostro del emperador grabado en ellas. Esas monedas no estaban
contaminadas ni podían ser utilizadas en los negocios. Mejor dicho eran
utilizadas para aumentar “el negocio del templo”, que enriquecía sobre
todo a la casta sacerdotal.
Salomón
construyó el templo con todo el esplendor imaginable: maderas del Líbano,
decoración con racimos de oro, etc. Y en medio del templo los sacerdotes
colocaron el Arca de la Alianza y la tienda que la había albergado durante el
tiempo en el que el pueblo la llevó consigo, cuando eran un pueblo errante. “Al
salir los sacerdotes de la zona considerada santa, una nube llenó la casa del
Señor y los sacerdotes no pudieron continuar en el servicio religioso a causa
de la nube, porque la gloria del Señor llenaba la casa del Señor. Salomón dijo:
“He querido erigirte una morada, un lugar donde habites para siempre” (1
Reyes 8, 10-13). La santidad que emanaba del templo se extendía por toda la
ciudad. El santuario era similar a la puerta del cielo.
En el mismo
pasaje del evangelio de Lucas leemos: “Jesús
entró en el templo y comenzó a expulsar a los que allí estaban vendiendo. Les dijo: En las Escrituras se dice: “Mi
casa es casa de oración” pero vosotros la habéis convertido en una cueva de
ladrones” (Lc 19,45-46).
Ya el profeta
Jeremías se situaba junto a una de las puertas del templo y denunciaba
reiteradamente el uso que se hacía de él. Jesús expresa con vehemencia este
mismo deseo de reservar el templo como un lugar de encuentro con Dios, de
silencio, de oración…
¿Son así nuestros templos hoy?
¿Encontramos en ellos un espacio para estar en calma, en silencio, para entrar
dentro de nosotros mismos y poder percibir la presencia de Dios en nosotros? ¿Los
buscamos?
Sus discípulos
se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora».
Entonces
intervinieron los judíos y le preguntaron:
- ¿Qué signos
nos muestras para obrar así?
Esta frase
equivale a otras que aparecen muchas veces en el evangelio: ¿Con qué autoridad
haces estas cosas? Es como pedirle a Jesús que se identifique, que
explique los motivos de su comportamiento, porque parece que está loco. Atentar
contra el templo, por poco que fuera, era una locura y acarreaba la pena de
muerte. El templo de Jerusalén no era como una de nuestras iglesias, era el
lugar más sagrado del mundo conocido, era la casa del mismo Dios.
Jesús contestó:
- Destruid este
templo, y en tres días lo levantaré.
Los judíos
replicaron:
- Cuarenta y
seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres
días?
Pero él hablaba
del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los
discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a
la palabra que había dicho Jesús.
Juan hace una
lectura de los hechos tras la Pascua, tras la muerte y la resurrección de
Jesús. El templo ya había sido destruido en el año 70 después de Cristo y las
comunidades cristianas sabían que el tiempo del culto en el templo había
finalizado. Ahora Jesús era como el nuevo templo, el nuevo lugar de encuentro
entre los hombres y mujeres con Dios. Ya no hacía falta hacer sacrificios de
animales. El pan y el vino eran los nuevos signos de encuentro entre los
hermanos y con el mismo Dios.
Es una lástima
que olvidemos lo que san Pablo nos dice a cada uno: “¿No sabéis que sois
templo de Dios y que el Espíritu habita en vosotros?... el santuario de Dios es
sagrado y vosotros sois ese santuario” (1Cor 3, 16-17) Podemos
preguntarnos: ¿No habremos convertido también nuestro cuerpo/santuario en algo
semejante a un mercado?
El evangelio en las TIC
ü Texto del
evangelio con imágenes, 3,14 minutos
http://youtu.be/g_2ezaHiGWg
ü Fragmento de la
película Jesús de Nazaret, para los mayores, con este pasaje. 4,20 minutos. http://youtu.be/bL3paICIux0
ü Simpática adaptación del evangelio
de hoy para niños, en dibujos. 4,19 minutos: http://youtu.be/J6PvQDAidDg. Refleja bien la situación del
templo-mercado y la clave de la expulsión de los mercaderes: la purificación de
una estafa.
PARA REFLEXIONAR
1.
Personalmente
ü El Templo de Jerusalén es considerado por el Pueblo Judío como la
Casa de Dios, “la Casa de mi Padre” como dice Juan en el texto evangelio de
hoy. Por lo tanto es casa reservada a la oración y trato con Dios. Dedicarla a
los negocios e intereses que nada tienen que ver con Dios, es profanarla.
¿Tenemos hoy nosotros la experiencia de un lugar o espacio reservado a Dios?
¿Sentimos así nuestros templos o iglesias? ¿Cuál es tu lugar de oración?
ü ¿Tenemos conciencia de que nuestro
cuerpo es templo de Dios? ¿Qué nos sugiere esta afirmación tan novedosa de San
Pablo y tan similar a la que hoy escuchamos a Jesús en el evangelio? ¿Cómo
debemos tratar a nuestro cuerpo al recordar lo que somos? ¿Y el de los demás?
¿Qué mensaje podemos dar los cristianos a nuestra sociedad en este aspecto?
2.
En la fraternidad, la familia...
Ü Después de leer
el texto y sus comentarios podemos dialogar sobre lo que más nos ha
sorprendido, lo que no hemos entendido, lo que más nos ha gustado…
Ü El Concilio
Vaticano II dice de la familia que es una comunidad de fe, esperanza y caridad.
Por eso le podemos llamar Iglesia
doméstica. La familia cristiana es una comunión de personas, que reflejan
la comunión que existe en Dios entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
¿Cómo podemos explicar que nuestra familia es una iglesia doméstica? ¿En qué se nota?
Ü Si el Señor
llega a nuestra familia, iglesia doméstica, como llegó al templo de Jerusalén,
¿qué nos diría? ¿Qué haría? ¿Qué nos pediría cambiar?
Ü Terminamos
haciendo una oración al Señor por nuestra fraternidad, familia...
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