martes, 13 de octubre de 2015

Curso bíblico: Domingo 11.10.2015





Avanzando en el camino de seguimiento de Jesús, el evangelio de este domingo nos anima a plantearnos
preguntas de fondo.

Con el “joven rico” nos invita a preguntar a Jesús ¿cómo vamos? ¿Qué nos falta? Y a lo mejor, nos sorprende su respuesta como le sorprendió a él.

Y qué le contestaremos, ¿qué estamos dispuestos a vender? ¿Cuál es nuestra riqueza?...

Ojalá podamos sentir que “nos mira con amor” y dejemos que vacíe nuestra vida de tantas cosas que no nos hacen felices y la llene de sus “bendiciones”.

Marcos 10, 17-30

Recordamos, una vez más, que en la cultura judía no se utilizaba el pensamiento abstracto. Cuando alguien quería hablar de la bondad contaba la historia (real o inventada) de una persona buena o ponía ejemplos sobre la diferencia entre el comportamiento de una persona buena y otra mala.

Marcos en los capítulos anteriores al texto de hoy nos presenta a Jesús anunciando su pasión y ofreciendo diferentes catequesis sobre temas muy importantes: el modo de servir, el daño que hacemos cuando escandalizamos, el amor en la pareja, etc. Hoy el evangelio nos presenta una nueva catequesis sobre el uso de las riquezas, a partir de un ejemplo concreto. El joven rico pudo existir o no, eso es lo de menos, lo importante es que el mensaje toque nuestra vida hoy. Tampoco sabemos si era joven, pero como la tradición lo ha transmitido así, lo mantenemos.

El texto lo entenderemos mejor si imaginamos que la escena se desarrolla de este modo: un joven sale al encuentro de Jesús y le dice que ya ha cumplido con lo que manda la ley de Moisés; en esta vida ya ha dado la talla como judío, ahora sólo le falta saber qué puede añadir a su buen comportamiento para conseguir -con su propio esfuerzo- la vida eterna.

Y Jesús le muestra el camino: no se trata de hacer más, sino de vaciarse profundamente, de dejar sitio para que el Reino tenga cabida en nuestro ser. El joven prefirió seguir confiando en su cumplimiento y en sus riquezas, porque le daban más seguridad que seguir a Jesús.

En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?»

Arrodillarse, en tiempos de Jesús, era expresión de sumisión y de súplica. Era un gesto bastante corriente ante personajes políticos y religiosos importantes.

Pocas personas eran consideradas Rabí o Maestro. La sociedad llamaba así a algunos varones que habían demostrado su capacidad para comprender la ley de Moisés y aplicarla a situaciones concretas; eran sabios y expertos, su consejo era muy apreciado. Este joven quería conseguir del Maestro “la receta” para alcanzar la vida eterna, poniendo el acento en lo que él tenía que hacer.

Jesús le contestó: « ¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.»

Él replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.»

Curiosamente Jesús silencia los tres primeros mandamientos que tienen que ver con nuestra relación con Dios y se centra en los que afectan a nuestra relación con el prójimo. Y el joven deja claro a Jesús que los ha cumplido puntualmente, algo que no era fácil entonces porque cada mandamiento tenía muchas normas complementarias. Los 10 mandamientos llegaron así a convertirse en unos 613. Lo que resalta en el texto es que tenemos a un hombre bueno, a un cumplidor cabal, ante Jesús.

Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.»

Como vimos hace dos domingos, en tiempos de Jesús la mirada expresaba los sentimientos del corazón. Jesús ama a ese joven que es buena persona, judío que ha cumplido los mandamientos y quiere salvarse. Y expresa ese amor con la mirada que le dirige.

Pero al joven le falta volar al soplo del Espíritu, le falta confiar en la obra de Dios, en lugar de confiar en su propio cumplimiento. Para eso tiene que vaciarse, tiene que abrir las manos que se aferran a sus riquezas y compartir. ¡Entonces empezará el seguimiento de Jesús!

Cumplir es lo mínimo que podemos hacer, pero Jesús no nos pide un cumplimiento meticuloso sino que nos invita a algo realmente extraordinario: acoger el Reino de Dios.

A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: « ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!»

Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: «Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!

San Francisco de Asís comprendió este texto, entregó hasta la ropa que llevaba puesta y era símbolo de la sujeción hacia su padre y acogió el Reino de Dios. San Ignacio de Loyola dejó su espada a los pies de la Virgen de Montserrat, porque era expresión de lo que le ataba y le impedía acoger el Reino. Teresa de Jesús se escapó de noche de su casa para vivir el Reino desde el monasterio.

Entrar en el Reino no es ir al cielo cuando muramos ¡Cuánto daño nos ha hecho esta confusión! Entrar en la dinámica del Reino (o vivir el sueño de Dios) implica:

  • Cambiar nuestra escala de valores: Los últimos son los primeros, a nadie llamaremos padre, bueno sólo es Dios…
  • Usar y compartir los bienes de un modo que va contracorriente en la sociedad de consumo: experimentamos que la providencia nos cuida, por eso nosotros –agradecidos- damos de comer a los hambrientos. Ampliar los graneros no tiene sentido.
  • Caminar hacia la fraternidad universal, rompiendo barreras, prejuicios y… ¡venciendo nuestros propios miedos! El horizonte nos lo mostró Jesús: hasta los enemigos son nuestros hermanos.
  • Perdonar, que es el mayor don que podemos ofrecer.

¿Podemos vivir así a diario? Evidentemente no. Por eso Jesús les puso un ejemplo muy significativo en su tiempo:

Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.»

No se refiere a las agujas de coser la ropa sino a unas entradas muy pequeñas que había en determinados edificios y sólo permitían el paso de las personas, de una en una, agachándose un poco para entrar. Con esas “agujas” impedían que la gente que iba en camello entrara en un recinto sin bajarse, y que accedieran los animales a lugares públicos o sagrados.

Ellos se espantaron y comentaban: «Entonces, ¿quién puede salvarse?»

Los discípulos reaccionaron como lo haríamos nosotros hoy: se espantaron. ¡Cuántas veces habrían visto la imagen de la aguja y del camello que quedaba a la puerta sin poder entrar!

Los discípulos expresan con ese espanto la misma mentalidad voluntarista que podemos tener hoy: yo quiero salvarme…, yo quiero saber lo que yo tengo que hacer…, dame la receta y yo me organizaré… El ego siempre quiere coger las riendas de nuestra vida y dejar a un lado el Reino.

Jesús se les quedó mirando, y les dijo: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.»

Salvarse no es cuestión de codos. Ni de añadir rezos a una lista interminable. Ni de hacer más sacrificios cada día. Acoger el Reino, sentirnos salvados y disfrutar esa salvación es un don del Espíritu. ¡Y es gratuito!

Sabernos salvados nos ayuda a tomar conciencia de qué personas y cosas nos atan, para vivir un proceso de vaciamiento y recuperar la libertad que tenemos por ser hijos e hijas de Dios.

Sabernos salvados nos ayuda a reconocer nuestra pobreza radical, nuestros defectos, manías y pecado. En esta pobreza nos encontramos con Dios y ahí empieza a brotar algo nuevo.

Experimentar la salvación gratuita requiere silencio (interior y exterior), y vivir conectados con “el espacio interior” en el que Dios nos habita. Allí es donde percibimos la diferencia que hay entre las riquezas y LA RIQUEZA.

Al joven rico le faltó esta experiencia, y sólo se quedó con el miedo a perder sus riquezas, porque no encontró LA RIQUEZA que le ofrecía Jesú.

Ahí nace la pregunta: ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?

Y nace el compromiso donde tiene que nacer: en su fuente más pura, en la experiencia de haber recibido todo gratis.

Pedro se puso a decirle: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.»

Jesús dijo: «Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones, y en la edad futura, vida eterna.»

Pedro expresa lo que era una preocupación en las primeras comunidades que vivían las persecuciones: Hemos seguido a Jesús, hemos dejado muchas cosas valiosas ¿qué vamos a recibir a cambio?

El número cien en la biblia era expresión, entre otras cosas, de bendición, de cosecha, de multiplicación. Recordemos un texto del Antiguo Testamento: “Isaac sembró en aquella región, y ese año cosechó al ciento por uno, porque el Señor lo había bendecido” (Génesis 26:12); la semilla que cae en buena tierra produce el 30, el 60 o hasta el ciento por uno (cfr. Mateo 13, 8-ss)

Con lenguaje e imágenes de su tiempo, el evangelio nos dice: en esta vida recibiréis la bendición, la cosecha. Y además, la vida eterna.

Podemos preguntarnos: ¿A qué llamamos bendición hoy?

El evangelio en las TIC


https://youtu.be/1tnlRfIS7gA texto del evangelio en inglés con subtítulos en castellano e imágenes. 2,52 minutos.

https://youtu.be/GbT4V0WuZOI texto del evangelio en castellano con dibujos, para los más pequeños. 1,32 minutos.

https://youtu.be/FE4lGQuoXvQ una escena del texto evangélico, adaptada, que puede ser útil para tratar el tema con los adolescentes y adultos. 2,50 minutos

https://youtu.be/4-aIkPcB-JI “El joven rico” canción de José Palacios. 4 minutos. La canción es mejor que las imágenes, podría escucharse sin ellas o proponer a los alumnos mayores que las sustituyeran por otras.

https://youtu.be/WKgknWo-oiI la misma canción en versión de Gabaraín, sin imágenes.

https://youtu.be/oLBKlmyL7N4 “Vende todo lo que tienes” otra canción sobre el joven rico, con dibujos sugerentes. 3,43 minutos.


PARA REFLEXIONAR


      1.      Personalmente
Hoy vamos a pararnos un ratito y a hacer silencio, dentro y fuera de nosotros, después de leer este texto evangélico y los comentarios.
-          ¿Qué despierta en nosotros?
-          ¿Estamos en la “dinámica del Reino” o seguimos solo en la de nuestro propio esfuerzo?
-          ¿Qué “riquezas” nos dificultan un verdadero seguimiento de Jesús, o acoger su salvación gratuita?
-          ¿Cuál es nuestra “riqueza”, la que da valor y nos hace tomar decisiones en la vida?
-          ¿Qué bendiciones recuerdas que has recibido de Dios?...
Si realmente hemos encontrado “la riqueza” que es Dios y hemos experimentado sus bendiciones, ¿cómo podemos ayudar a nuestros compañeros y alumnos a hacerlo?

      2.      En la fraternidad, la familia...
-    Después de leer el texto y sus comentarios podemos dialogar sobre lo que más nos ha sorprendido, lo que no entendemos, lo que más nos ha gustado…
-         Podemos plantearnos en qué dinámica estamos viendo como padres y madres, ¿en la de confiar en nuestro propio esfuerzo “yo hago, yo sé…” o en la dinámica del Reino?  ¿Por qué lo afirmamos?
-       Nos paramos después en cada una de sus implicaciones, dialogamos sobre lo que significan y concretamos cómo vivirlas cada día más en nuestra vida personal y de familia.
- Cambiar nuestra escala de valores: Los últimos son los primeros, a nadie llamaremos padre, bueno sólo es Dios…
- Usar y compartir los bienes de un modo que va contracorriente en la sociedad de consumo: experimentamos que la providencia nos cuida, por eso nosotros –agradecidos- damos de comer a los hambrientos. Ampliar los graneros no tiene sentido.
- Caminar hacia la fraternidad universal, rompiendo barreras, prejuicios y… ¡venciendo nuestros propios miedos! El horizonte nos lo mostró Jesús: hasta los enemigos son nuestros hermanos.
- Perdonar, que es el mayor don que podemos ofrecer.
-          Terminamos dando gracias al Señor por sus “bendiciones” a nuestra familia.


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