viernes, 15 de marzo de 2013

CONTINUAMOS REFLEXIONANDO

            Conocemos hace mucho tiempo la historia del Mar Rojo, del desierto, de la esclavitud, de la tierra prometida. Nos la contaron hace muchos años. Pero ¿nos dijeron que poner el pie en el otro lado del mar era muy difícil?; ¿quisimos oír que al otro lado comenzaba el desierto, largo, monótono, seco, interminable, mientras atrás quedaba la seguridad, aunque fuera la de los esclavos?

      Más allá, después de las arenas ardientes, está la tierra prometida, la tierra de la libertad, la tierra que mana leche y miel,  nos dijeron. Pero… ¿estará de verdad?; ¿no será sólo un espejismo más despertado por el desierto aburrido y abrasador?


         Más allá, tras las dunas del desierto solitario, sólo puede ir el que cree posible lo imposible, el que tiene una fe capaz de trasladar montañas, el que es capaz de esperar contra toda esperanza, el que, como Abrahán, no tiene duda alguna de que, más allá del horizonte, está la tierra que Dios promete.
 
Un día (en el bautismo, en la profesión, en el compromiso) comenzamos a caminar. Pero llegó el cansancio, vino la oscuridad, nació el desaliento. Más allá de nosotros no parecía haber nada. ¿Y si todo fuera un espejismo? ¿Y si la tierra prometida no existiera? ¿Y si la tierra que mana leche y miel no fuera más que una utopía irrealizable, una esperanza adormecedora que sólo pretende arrancarnos de la dureza del presente? ¿Y si lo único que vale son los ajos y los puerros y las cebollas de Egipto?... Y, sin pensarlo dos veces, nos dimos la vuelta y nos volvimos a Egipto donde estaba la esclavitud, pero donde estaban también los ajos, las cebollas, los puerros… Abandonamos la utopía de la tierra prometida, renunciamos al proyecto que Dios nos ofrecía: ¿para qué la libertad?; ¿existía siquiera la libertad?
 
Pero Dios no se cansaba, no cejaba en su intento de llevarnos a ese horizonte nuevo. Y, otra vez, salió a nuestro encuentro, nos ofreció una nueva oportunidad. Nosotros estábamos cansados, pero intuimos que en ese proyecto había futuro, aparecía un horizonte nuevo. Y, aunque cansados, agotados, nos pusimos a caminar con un grito en los labios: “¡Haznos volver, Señor, para que volvamos! ¡Conviértenos para que nos convirtamos!”.
Es la tarea que nos presenta la cuaresma. No es un juego. Es algo mucho más serio. Es llamada a la conversión, o sea, a “poner el dedo en la llaga”. Y eso duele y por eso nos cuesta y por eso lo vamos dejando de lado. Y nos contentamos con pequeños arreglos que no solucionan nada. “Si entendemos la ‘penitencia cuaresmal’ como un pequeño ayuno que no nos cuesta gran cosa y no nos transforma interiormente, poco habremos conseguido de la cuaresma… “Rasgad los corazones, no las vestiduras, convertíos al Señor Dios vuestro”. Es adentro donde tiene que bajar la conversión y no quedarse en la superficie” (José Aldazábal).
 
 Pedimos al Señor que nos limpie los ojos para poder ver, que nos libere del cansancio para que tengamos la valentía de empezar a caminar otra vez, que nos abra las puertas del corazón para que sepamos construir nuestra existencia desde el amor, la acogida, la solidaridad.

Retiro de Cuaresma 2013
Fraternidad 'Hermanos Menores' y comunidad de C/Emilio Ortuño (Madrid)

1 comentario:

  1. Que alegría poder revivir lo vivido y refrescar lo trabajado. Gracias por ta buen trabajo, por la generosidad y la entrega.

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